Recuerdo con gran emoción los días que pasé en el Líbano en julio de 2006.

Norma, mi amiga de toda la vida, me invitó a colaborar en el «Atelier Awlad» en Beirut. Le agradezco por confiar en mí y por dejarme elegir lo que sentí o pensé que era mejor para los niños; con el fin de desarrollar su sentido de la creación y tratar de borrar las diferencias sociales o religiosas inhibidoras dentro y entre ellos. 

Recuerdo el hermoso jardín de Corm que nos recibió, con una hermosa fuente de nenúfares en el centro. Todo era hermoso y llamaba a la inspiración.

Cada mañana, con los niños, improvisaba una propuesta diferente basada en el contacto con la naturaleza circundante que era mágica. Intervenciones en comunión con todo lo que tenemos a nuestro alcance: con ramas, hojas secas caídas al suelo, piedrecitas etc … y con todo lo que les rodeaba y que pudiera alimentar su imaginación. Agregué algunos elementos para interactuar con la naturaleza y permitirles darse cuenta de la expresión de su creatividad. Como papel, pegamento, pinturas, cuerdas, tijeras, tinta china, plastilina, etc…

Cada día les daba una indicación y ellos eran completamente libres de hacer lo que quisieran y de expresar su imaginación sin barreras. Fue así como pude observar, día tras día, la alegría de todos estos niños que, mientras jugaban, hacían obras de arte sin darse cuenta de que estaban liberando su alma, quizás para siempre.

Tal vez algún día recordarán esos momentos liberadores que les abrieron una ventana para siempre.

Recuerdo particularmente a un niño que frente a la hoja en blanco no podía hacer ni un solo trazo.
Le pregunté por qué no podía.
– No se dibujar- me dijo.
Entonces le sugerí:
– deja que tu mano haga cualquier cosa sin pensar.
De repente, se sintió encantado cuando dejó ir el lápiz en su mano sobre la hoja.
Luego hizo muchas líneas de arriba a abajo y de derecha a izquierda. Al final, mirando su dibujo, vio muchas cosas sobre el papel: aviones, árboles y tantas otras más aparecieron frente a sus ojos.

Su asombro y su alegría me enseñaron también a mí la esencia misma de la creación.

Unos meses más tarde comencé a hacer escultura, con mi corazón lleno de pasión por este descubrimiento. Esos fueron los últimos momentos que pasé con todos estos niños maravillosos que extrañé y me llevaron a mi propia expresión artística.

Todavía sueño con ellos y me pregunto cómo estarán.
Han pasado catorce años. Sigo haciendo escultura gracias a ellos, a Awlad y a mi querida amiga Norma.

Marcela Rossiter

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