De cómo un ejercicio o actividad bien enfocados puede liberar a un niño y darle su lugar en el grupo.
Aristóteles, de 7 años, fue uno de los 20 niños que participaron en el taller «Awlad» el año 2013 en Kinshasa.
Abordar la cultura y los hábitos de cada niño era imposible. Lo que los unió fue: el mismo rango de edad, el mismo país, la curiosidad por probar nuevas ideas de juegos y la posibilidad de actuar.
Se prepararon diferentes actividades para unir y armonizar al grupo. Un acercamiento a la vida a través de actividades que les revelaran su riqueza interior y cómo utilizar este potencial para prepararse mejor para su futuro.
Habían pasado 3 días desde que comenzó el Taller y Aristóteles se negaba a unirse al grupo. Se quedaba al margen diciendo que sus rodillas no le permitirían correr.
– No hablo su idioma y me duelen las rodillas – dijo.
Sin embargo, con el poco francés que sabía podía comunicarse con el grupo. Y algunos facilitadores podían entenderle.
¿Qué está pasando por su cabeza? por qué este rechazo! este aislamiento! Quería escucharlo hablar sin obligarlo a decirme nada.
Al cuarto día había una necesidad urgente de descubrir el dilema de este niño, qué era lo que lo mantenía apartado del grupo. Con la anuencia del facilitador a cargo de los «juegos de rol», Aristóteles fue elegido para dar vida a la Marioneta.
— Elige un compañero para que imite la historia que vas a contar – le dijo Stéphane. Él le explica que va a improvisar lo que se le ocurra.
Aristóteles se sienta detrás de la mesa, con las manos en los zapatos. Jacques, a quien había elegido para ayudarlo, se esconde detrás de él y mete los brazos en la chaqueta que los cubre a ambos.
Y comienza la historia.
Habló en Lingala (uno de los 4 dialectos congoleños) gesticulando en todas las direcciones. Por su historia, grandes y pequeños parecían subyugados.
¿De qué está hablando? Lo supe más tarde. Violencia y venganza entre las familias y clanes que lo habían marcado, incluso aterrorizado. Podría decirse que sentirse escuchado y reconocido desencadenó un efecto liberador en él, habló durante 20 minutos sin parar.
A la historia terminada, le siguió una ovación de pie.
Aristóteles olvidó su dolor en las rodillas, estaba trotando! No fue necesario hablar francés, farfulló y se hizo entender. El cambio continuó produciéndose el resto de los días.
Pero nuestro asombro fue aún mayor cuando, el último día del Taller, los padres vinieron a participar de las actividades de sus hijos, tuvimos que abrir las 2 hojas de la puerta principal del jardín para dejar pasar a la madre de Aristóteles.
Ella llegaba en silla de ruedas, no tenía posibilidad de caminar.
Aristóteles se acercó a ella y nos ayudó a empujar la silla de su madre.
Norma Sfeir